Hace tiempo que reflexiono en torno a las relaciones economía-razón-emoción. O mejor dicho, las relaciones economía neoclásica-exceso de razón- ausencia de emoción. Pero nada he leído o visto al respecto tan lúcido como la viñeta de Forges publicada hoy en El País.
De acuerdo con la apreciación de la viñeta, en poco espacio Forges ha dado en el clavo, pero creo que se queda corto, los Sres. y Sras. Neoliberalez sí tienen corazón lo que pasa es que sólo para sí mismos. Por desgracia, creo que en las Facultades de Ciencias Económicas y Empresariales hay sobreabundancia de estos ejemplares, así tenemos luego los directivos y empresarios (unos más otros menos) tan inhumanos (ojo, menos con lo suyo).
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El capitalismo clásico no es inhumano sino todo lo contrario, proporciona un entorno de libertad que facilita el progreso de toda la sociedad. El capitalismo clásico, en un sentido libertario (Ludwig van Mises, Rothbard, etc.) requiere 3 cosas: 1 – Cooperación = intercambio comercial voluntario, sin presiones; 2 – Emulación = copiando lo que tiene éxito hace que la sociedad avance más rápido; y 3- Competencia = búsqueda de la excelencia a través del servicio a otros.
Otra cosa distinta del capitalismo clásico, es el croony capitalism, que es lo que tenemos ahora. Los rescates bancarios, fraudes, mentiras, monopolios, abusos de las grandes corporaciones, etc…. que quizás son los que causan las críticas morales al capitalismo, no son aceptables dentro del capitalismo clásico, y además son contraproducentes en el largo plazo o sea que tampoco son lógicas si se aplica la razón.
Y por cierto, respecto al “exceso de razón” que dices, pienso que la razón y la emoción no se anulan una a otra, es decir más razón no significa menos emoción. Al contrario, diría que más razón nos hace valorar más las cosas y probablemente lleva a más emoción.
… Y la única alternativa al libre mercado es la coerción e imposición por parte del Estado a través de la policía.
En resumen, el problema no es el exceso de razón, sino que la razón no se suele aplicar mucho.
Jeffrey Tucker, del Mises Institute, lo explica mejor de lo que yo podría:
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