Hay días que quedan en la memoria por la herida que dejan. Y otros, porque ponen de manifiesto cómo esa herida sanó…
Hace ya 7 años, un estudiante de master llegó a mí para hacer el planteamiento de su proyecto fin de master. Quería hacer un «análisis de costes». Era un estudiante que intuía «brillante» y me atreví a proponerle la locura de acompañarlo en aquello en lo que yo empezaba a indagar: el cambio de paradigma. No sé si valiente o inconsciente, pero aceptó el reto. Hizo un trabajo «transdisciplinar», de esos que desde el master reclamábamos como necesarios en estos tiempos de cambios. Un estudiante, con estudios superiores de ingeniería, con master en Desarrollo Económico y Sostenibilidad, que vino a España a aprender de desarrollo y olfateó la mentira en la que vivimos. Así, quiso cambiar su manera de mirar, atreviéndose a plantear nuevas preguntas. Un atrevido reto intelectual que supuso también un atrevido reto para la Academia, tan encorsetada en sus estrechos límites parcelarios y disciplinarios. El tribunal encargado de evaluar aquel trabajo no supo (no quiso, o no pudo) ver el esfuerzo que implicaba el proyecto que tenían delante. Así, este brillante estudiante, que pudo haber sacado un sobresaliente en un banal estudio de costes, se quedo con un notable raspado para un excelente proyecto no entendido por la Academia.
Volvió a su país con la promesa de que haría la tesis doctoral. Pensé entonces que era una promesa más de tantas; sentí que «el temor a la Academia» podría haber anulado las ilusiones de un futuro doctorando.
Lejos de achantarse por la locura de este mundo académico sin sentido, se atrevió a «buscar nuevos espejos, para mirar distinto» (Fuentes, JA. 2017). Y, cumpliendo su promesa, hace una semana presentaba una tesis doctoral que muchos no habríamos llegado a realizar en años. Y ahora sí, el tribunal supo ver el ingente esfuerzo y la brillantez del estudio. El temor a la Academia había sido vencido por un estudiante que se atrevió a hablar de desarrollo y pobreza; de paradigmas y epistemología; de espiritualidad y patriarcado… Un estudiante que se atrevió a hacer de su camino su tesis doctoral.
Y pude ver cómo aquella herida sanó de la mejor manera posible; una herida que le sirvió para salir del Laberinto de la Academia, de la locura a la que este mundo universitario nos lleva; y aún así demostrar que se puede hacer una tesis doctoral brillante sin enfermar de excelencia ni competitividad. Una tesis Cum Laude que se lleva a su país donde seguir haciendo su camino, habiendo vencido al Minotauro del Laberinto… habiendo vencido el Temor a la Academia y recuperando así los «últimos bastiones: la alegría, la risa, el amor, el disfrute y el gozo…» (Fuentes, JA. 2017). ¡Una tesis que ha merecido la alegría, y no la pena!
Fotografía: José Andrés Fuentes (https://www.facebook.com/chemex?hc_ref=SEARCH&fref=nf)