Hace mucho tiempo que sé que la magia existe. Pero lo «increíble no es que me pase, sino darme cuenta». Mientras me tomo uno de mis «platos» favoritos en Blanco Cerrillo, un bocata de boquerones (fue mi madre quién me lo descubrió, como tantas otra cosas), un grupo de simpáticos griegos me «arrinconan» sobre uno de los barriles de la esquina. Ellos parecen no darse cuenta que estoy allí, mientras el camarero se desvive por explicarles qué es eso del «adobito» y la «pavia». Yo estoy divertida, escucho la conversación en un spanglish traducido al griego que solo ellos entienden. Y entre tanta distracción uno de ellos me pide disculpas por tanto atropello… Me preguntan por el bar, les explico, me divierto… y así, sin querer más que un bocata de boquerones, me encuentro entre ellos y ellas, que me explican que es su ultimo día en Sevilla tras una exposición de trabajo. Fotos, risas, ligereza, diversión, y me dejo contagiar de ese «último día»… Antes de irse me dejan su tarjeta y un llavero. Un precioso regalo que me recuerda que la Vida me cuida y me sorprende; estos son los momentos que la vida me regala; que también es ligereza, sin tanta intensidad, solo dejarme sorprender. Un lugar al que ir… un viaje perdido… el de Ulises, el que anhela llegar a casa… Una señal? Tal vez…