A propósito de la baja menstrual… UN DOLOR QUE NO DEBERÍA DOLER

«Desarrollé con 13 años y desde muy pronto comencé a tener dolores muy fuertes durante la menstruación. Pero «eso es lo normal», me decían, «la regla duele». No le di mayor importancia a aquellos calambres que me hacían retorcerme cada mes, que me descomponían por dentro, y que intentaba sobrellevar a base de calmantes incluso de lingotazos de ginebra que, según la madre de una amiga, eran mano de santo. 

Un día tuve un sangrado tan brutal que me asusté. Mi cuerpo desprendía un olor insoportable y aunque me lavaba compulsivamente, no había manera de quitarlo. No fui a trabajar y me tuve que quedar en cama. No sabía qué me pasaba. Al ir al baño me crucé con mi padre. Me imagino que vio en su hija a una anciana que andaba apoyándose en las paredes del pasillo, despelucada, encorvada y agarrándose la barriga a dos manos como si algo fuera a salir de sus entrañas. Seguramente se asustó y me dijo:

  • Tienes que ir al médico, Esther. Esto no es normal… 
  • Esto es normal, papá, la regla duele -le dije enfadada, ¿qué sabría él de lo que es ser mujer?, pensé.

Sin embargo, eran tan fuertes los dolores que pensé que mi padre podía tener algo de razón y no me quedó más remedio que ir al ginecólogo. Fui con mi madre y, tras hacerme una ecografía y una punción, el diagnóstico fue rápido: 

  • Chocolate -dijo el joven y guapo médico que me estaba atendiendo.
  • ¿Chocolate? -pregunté sin entender.
  • Sí, es la forma coloquial de llamar a la endometriosis porque al extraer el líquido del quiste tiene color chocolate.
  • ¿Endo qué? -volví a preguntar sin entender aquella palabreja que se convertiría en algo familiar a partir de entonces.
  • Endometriosis, grado máximo, los dos ovarios afectados con focos endometriósicos también en el útero. Puede generar infertilidad -pronunció como si yo no estuviera presente y no se tratara de mi cuerpo.

Sin embargo, muy al contrario de lo que cualquiera pudiera pensar, para mí fue una suerte de liberación ponerle nombre a aquellos dolores; no estaba loca, no exageraba, no era una histérica, ni me lo inventaba para llamar la atención… ni tantas cosas como había oido a lo largo de todos aquellos años. Era una enfermedad y tenía nombre. Soñaba con que también tuviera cura. Aquello de que podía generar infertilidad, en aquellos momentos, me pasó absolutamente desapercibido.

Aquel año de 1992 fue malo, muy malo. Me intervinieron quirúrgicamente en tres ocasiones y me provocaron una menopausia forzada para frenar mis ovarios como forma de limitar el crecimiento de los quistes endometriósicos. Pero todo fue en balde. Solo una cuarta operación, en la que me extirparon la casi totalidad del ovario izquierdo y «limpiaron» el resto de órganos, fue la que finalmente calmó la evolución de la enfermedad. Para que no volvieran a reproducirse los quistes, me medicaron con pastillas anticonceptivas durante casi toda mi etapa fértil. No había cura para la endometriosis. En el mejor de los casos, con la medicación conseguiríamos «dormirla». En aquellos momentos, con tal de no sentir aquel dolor que me partía en dos, habría aceptado cualquier cosa.

Durante años utilicé las pastillas anticonceptivas a mi antojo; regulaba mi cuerpo y mi ciclo menstrual como mejor me parecía para que no me «molestara». Aquellas pastillas, en efecto, durmieron mi endometriosis. Seguí teniendo dolores, no tan fuertes; y sangrados, aunque no tan abundantes. Parecía que el tratamiento surtía el efecto esperado y yo feliz».

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Esto es un extracto de lo que cuento en el Libro de «YakuMama. La Voz Recobrada».

Hoy quiero rescatarlo porque agradezco infinito a IRENE MONTERO la propuesta de baja por menstruación dolorosa, por darle voz al dolor de tantas mujeres que durante años lo hemos silenciado a riesgo de ser tachadas de exageradas e histéricas.

Sin embargo, hoy, con 55 años, menopaúsica, quiero alzar mi voz bien fuerte para gritar a los cuatro vientos que LA REGLA NO DUELE.

No, compañeras, la regla NO tiene por qué doler. Igual que no duele el estómago cuando comemos, ni los pulmones cuando respiramos. Son procesos naturales de nuestro cuerpo. Si duele, suele ser que algo no anda bien.

Cuando digo «algo», me refiero a un dolor del alma, porque el dolor físico no es más que el SÍNTOMA que manifiesta un dolor silenciado.

Esta ha sido, al menos, mi experiencia. Cuando aquel guapo doctor le puso nombre a los dolores que me partían en dos, descansé. Pero cuando después de muchos años de trabajo personal he podido darle sentido a los desesperados gritos de mi cuerpo, es cuando he entendido para qué tanto dolor. El dolor de ser mujer.

Desde aquí hago un llamamiento a las autoridades competentes para que, además de paliar los efectos y dar la cobertura social tan necesaria, se INVESTIGUEN LAS CAUSAS FÍSICAS, EMOCIONALES, y me atrevería a decir ANCESTRALES, de un dolor que no debería doler.

Desde aquí hago un llamamiento a las MADRES, PADRES, ABUEL@S, TÍ@S, HERMAN@S, AMIG@S, para que cuando vean a una niña/mujer quejarse de un dolor menstrual hagan lo posible por ayudarla a sanar, en lo físico y en lo emocional.

Porque no todo se arregla con pastillas, porque no todo se arregla con una baja laboral, por muy bienvenida que sea.

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