
Es habitual encontrarme con mujeres, sobre todo si están haciendo la tesis doctoral, que no se reconocen en las mujeres que son: válidas, valientes, inteligentes, vulnerables, exigentes, amorosas, amadas, amantes, niñas, viejas, sabias…
Mujeres con un alto grado de autoexigencia por el que no se creen suficientes; que se disfrazan de impostora durante demasiado tiempo, tanto que olvidan su esencia.
Cuando esas mujeres pueden salir de la oxidada armadura con la que creían protegerse, y reconocen a la mujer en la que se han convertido, un llanto profundo emerge de sus entrañas. Se reconocen en su esencia. Esa que siempre estuvo ahí, bajo la armadura.
Las acompaño con un respetuoso silencio mientras lloran lo que han acallado durante años; las acompaño emocionada porque yo también me reconozco en ellas, en mi impostura, y en la mujer en la que me he convertido.
Agradecida por acompañar preciosos procesos de los que soy testigo en primera persona.