Sólo se recuerda lo que se siente

El país de hoy trae a su contraportada una breve conversación con el Prof. David Brierley (Universidad Rudolf Steiner, Oslo) en la que se afirma que «la emoción es imprescindible para aprender» y considera fundamental y necesarios los cambios en la educación para salvar la democracia. La creatividad y las emociones son fundamentales en el estudiante, cada uno tiene su propio potencial y la habilidad del profesor/a está en encontrarlo; aboga por eliminar la cultura de los examenes que estrangula la labor del profesor y condena la creatividad del alumno. Pero esta revolución ha de venir desde abajo, desde aquellos profesores y profesoras con ganas e ilusión por hacer otro tipo de docencia.

Coincido en que la revolución ha de venir de la mano de los profesores, de personas integradas que busquen algo más que formar «capital humano» que sea empleado en las grandes o pequeñas corporaciones. Pero no podemos olvidar que hay, al menos, otros dos componentes en esta ecuación, a saber, los estudiantes y las instituciones. ¿Podemos hacer esta revolución con un estudiante que lo único que persigue es un «título» que le permita engrosar la larga lista de «recursos humanos»? ¿Podemos hacer esa revolución con un Plan Bolonia que de tanto recortar contenidos y especializar los estudios hemos caído en una parcelación del conocimiento aún mayor de la que ya teníamos?

Aún así, firmo una por una las palabras del Prof. Brierley.

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