La semana pasada tuve que ir, como todos los años, a dar clases en un master en la sede que la UNIA tiene en Baeza. Cada año me da más pereza ir, o eso me cuento los días previos. La noche anterior, ya en Baeza, me envuelve un no se qué… no sé si es la mágica solemnidad de una ciudad que parece transportarme a otra época; o esas callejuelas solitarias, donde el frío de la noche penetra mis orejas y el eco de mis pasos me persiguen cuando vuelvo de cenar.
Allí me refugio en una triste habitación que en absoluto se corresponde con el regio edificio que la alberga. Allí estaba, sabiendo que al día siguiente me esperaban diez horas de clases. Se me hacía un mundo, el cansancio me podía. Tenía la clase preparada de otros años; le eché un vistazo y me podía haber ido a dormir tranquilamente. Pero algo me revolvía por dentro. Esa clase, preparada de años anteriores, ya no me valía. «El Cambio de Paradigma», eso es lo que tenía que explicar en 10 horas… y en un ordenador casi sin batería me puse a darle forma a ese otro cambio que durante los últimos años ha operado en mí. Así me dieron casi las 12.00 de la noche; una presentación más “creativa”, basada más en la imagen que en la palabra, fue la que finalmente salió de mí aquella noche. Así, satisfecha y cansada, cerré el ordenador y los ojos.
Veintisiete estudiantes me esperaban al día siguiente; entre veinti pocos y cuarenta y muchos años; de diversos rincones de España y Latinoamérica; ávidos de conocimiento. Llevada por el momento, comencé contando mi vida, el porqué y el para qué de ese cambio de paradigma; la mañana fue transcurriendo entre conceptos, ideas, premisas, preguntas y no respuestas. No sé cómo, salimos del aula y terminamos en un prado, sentados en círculo, cogidos de la mano, cada uno compartiendo su verdad, limpiando entre todos lo que el escaso mes de convivencia había ensuciado. Vi llorar a hombres y mujeres hablando de su verdad, de su necesidad de compartir… vi cómo el cambio de paradigma se hacía vivencia, más allá de las palabras y de la propia epistemología. Y la tarde comenzó, sentados nuevamente en círculo, con Carlos compartiendo una canción a Latinoamérica, tocada a la guitarra por Erik, aquel chico rubio que habla con su guitarra.
Y entonces entendí aquella desazón que me picaba la noche anterior. No se trata de enseñar de “cabeza a cabeza”; el cambio de paradigma en la docencia se trata de un diálogo entre almas, donde hay que darle cabida a las emociones y al sentir de todos. La cabeza ya la traemos “de serie”, se trata de hacerle un hueco a nuestro corazón, el de ellos y el mío; de hacerle un hueco a la posibilidad de no solo “enseñar” el cambio de paradigma, sino de “vivenciarlo”, de sentirlo… aquí y ahora.
Y me doy cuenta que cuando me permito caminar por donde mi corazón y mi intuición me guían, doy lo mejor que tengo, mi alma… y los estudiantes me dan lo mejor que tienen, sus propias almas… y entonces el aula se convierte en una fiesta llena de regalos que compartir.
Gracias a esos veintisiete estudiantes que han hecho que cuando me volvía a Sevilla, regresara con una sensación de plenitud que me hizo olvidar aquella pereza inicial… me han hecho sentir la satisfacción de estar en un camino que me permite poner al servicio lo mejor de mí… cuando me lo permito… A ver si no lo olvido para el año que viene cuando me toque de nuevo volver a Baeza…